martes, 26 de mayo de 2009

Escondidas

Días grises teñían la ropa de Laura, la catástrofe se había adueñado de cada minuto de su vida, el final se precipitaba a la hora de la merienda y la ventana la invitaba a tomarla como escapatoria, a volar en instantes plenos. Pero una vez mas rechazaba la sensual y letal propuesta.
Cada inhalación del aire, deprimía la situación, lloraba la pobreza de impulsos en la sociedad. Laura no soportaba la fuga de ideas, el cambio que la sociedad lentamente mato. Solo estaba en libros con teorías, en los recuerdos de lugares vacíos, en tumbas que creaban sus vinilos escondidos en el sótano.
Los buenos tiempos llegaban con el ocaso, y vivían como mariposas, que revoloteaban en su habitación, posándose en sus dedos, jugando en sus mejillas. La Muchacha pensante volvía a nacer, sus cabellos volvían a ser dorados como en aquella juventud con amigos, su vientre se comenzaba a gestar aquel hijo que a la madrugada le seria arrancado, en la que alguna vez fue su tierra natal, y entregado a algún desconocido sin corazón. Laura dejaba de ser Laura, la muchacha que llego a España, para volver a ser Rosario, la estudiante, la hija de Raúl y Telma, la compañera de Matias.
Pero cada mañana, Laura renacía, encontrándose con su cama marcada por el cuerpo de Cristóbal, quien la esperaba en la cocina con el desayuno y con las palabras que justificaban su existencia. Una simple llama que le daba la fuerza necesaria para que sus ojos brillen, para que la vida continué un día mas.

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