miércoles, 1 de septiembre de 2010

Ave Fenix

Cuando duele el corazón, duele. Lo hace sin egoísmo, lo hace con furia, como tormenta de verano. De un instante para el otro nos sorprende, nos deprime y nos comprime, nos empapa. No hay mas remedio que cagar esa angustia en lagrimas y dejar fluir los gritos por la garganta, des-agotarnos, desvestirnos del dolor, vaciarnos de las cosas que nos callamos, dejar que las heridas sangren, que no queden nudos, que las cenizas chispeantes se prendan fuego, así lo apagamos con el agua profunda de nuestros ojos, pero extinguirlo para siempre, para que sea el tiempo y el viento, quienes se ocupen de las muertas y grises cenizas que quedaran luego de haber ardido por completo.
Y una vez pasada la tormenta, recién luego de saber que se puede cerrar el paraguas, es el momento justo para levantar la mirada y admirar el arco iris, mirarnos en el reflejo del charco y reconocernos nuevamente, renovados, con cicatrices sanadas y con mirada de mañana.
Volver a caminar, sabiendo que los días venideros serán mágicos, maravillosos, porque ya no faltan piezas en mi, porque ya nada obstruye mi voz. Porque me he caído y me he levantado.

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