Y el fin, la muerte. Final ridículo al cual nos acercamos sin predicción pero con negación, final al que resistimos y nos re-negamos, pero que no es posible esquivar.
Pero ante todo, comprender lo efímero de cada instante, del amor y de la vida, lo poco que dura la molécula de felicidad, lo poco que dura el huracán, la corta calma antes de que el edificio dinamitado de nuestra mente se desplome y caiga hecho trizas por todo el universo. No nacimos condenados, ni podemos atesorarnos lo que nos hace seres libres, pues, lo único que genera eternidad y reivindica nuestra eternidad son la ideas, esos bichos raros de patas cortas que se nos escurren por los ojos y nos mueven a revolucionar, que se sueltan de la propiedad intelectual y se plantan en tierras inhóspitas y fertiles, las únicas que gritan sobre nuestras tumbas, y que a fin de cuentas son nuestras de una forma fugaz; porque de contradicción estamos hechos.
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