miércoles, 17 de julio de 2013

Enredos

Los ojos secos duelen, ya no quedan destellos de la lluvia de estrellas de hace un siglo atras. La incomoda pregunta resuena en el eco del recuerdo. Estela mira, desde arriba de un árbol, como los gorriones juegan entre las hojas y llenan de su canción la mañana de su muerte. Anoche discutió con Carlos. él decidió alimentar los montruos que viven en la cabeza de la desdichada, y luego pegó el portazo, dejándola sola y encerrada en un placard. En medio de la desesperación, Estela se subió al árbol y desde anoche no pudo bajarse de allí. Un par de transeúntes pasaron por la vereda y ni siquiera notaron el alargado cuerpo enredado entre las ramas. Algunos vecinos se asoman a las ventanas cada tanto, la miran y luego siguen con su rutina, como si no pasara nada. Ella no espera que nadie la venga a bajar, no quiere que nadie le ruegue que piense lo que hace ni le interesa que se hable de sus desordenes mentales.
Carlos no regresó, a Estela eso ya no le importa. Sus manos están raspadas por el piel rugosa de aquella planta a la que se trepó. Sangre seca dibuja garabatos en sus brazos y siente el ardor de algunos rasguños en sus rodillas. No le interesa. Su vestido está completamente arruinado y su pelo es un desastre, pero a ella no le genera ningún tipo de conflicto. Ya no le importa, solo quiere que se desplieguen sus alas y volar, volver a ser la hermosa golondrina dueña del cielo, libre y del mundo.

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