Hacemos a un lado la cursileria, dejamos en la puerta los prejuicios, bajamos las barreras que imponemos en nombre de nuestra defensa, le sacamos la voz a nuestro super-yo, sacamos la ropa sucia de abajo de la cama, besamos las heridas de los días, vaciamos nuestras bocas de palabras, mostramos nuestros cuerpos sin espinas.
Solo después de esta serie de sucesos, solo y únicamente después de habernos quedado desnudos de prejuicios e idealizaciones de historias y rencores; a partir de ese momento en que el contador se pone en cero y podemos amarnos, primero a nosotros mismos y acto seguido, amar al ser amado.
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