La muerte era la compañera fiel de los días ardientes, era quien ocupaba cada grano de arena que formaba al pequeño reloj de mi hogar inquieto. De repente, como una tormenta de verano, el miedo frió desapareció y el verdugo de mi alma comenzó a deambular por las paredes y bailar en la oscuridad, todo lo que oía era su voz lejana repitiéndome la mentira que le habia comprado hacia un tiempo atrás, convenciéndome de que me espera en Desolation Row, con un ramo de flores y miradas en clave.
Fue en una de esas noches en la que he perdido mi cordura, en la que me he encerrado en la necesidad de oir noticias tuyas, donde se a convertido en mi ritual, en mi tortura china, el regalarle a la nada unos minutos, antes de caer en sueños a nuestra cita ideal. En la oscuridad de mi cuarto me dedico a gastar mis recuerdos y repasar tus caricias, siento como mi mano posa en la tuya, mientras vamos en tu auto hacia el sol, mi querido y doloroso verdugo, e imagino miles de formas de reencontrarte y, miedosa como siempre, te guardo en canciones de Dylan y de Sinatra, en cajitas brillantes y humos de colores; y luego me marcho.
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