Nadie en el mundo podía ser Luis, mas que el mismo Luis. Nadie en el mundo ni en el universo podría ponerla a sonreír con una recuerdo de un recuerdo, nadie, absolutamente nadie más que Luis, lograría hacerla sonrojar hasta estallar en chispas, como lo hacia su imperfecto amado. Isabel sabe que es tarde, que él se ha ido hace ya dos meses y días, sabe que la magia nunca regresará y que no queda más que el olvido, no hay más salida que la muerta de recuerdos con aroma a viejo y sabor agridulce.
Allí, en la cornisa de la soledad, la frágil mujer observa el renacer del mundo bajo los colores del crepúsculo, aceptando la realidad, sabiendo que su amor se ha ido, que sus manos están vacías y sangrientas, liberando a Luis de sus lagrimas, comenzando una vez más...Intentando inventar una nueva realidad descartable.
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