lunes, 18 de octubre de 2010

En el aire

En el silencio de la noche, la oscuridad se tiño de rojo y sus manos temblorosas, se llenan de agua y enjuagan su rostro. Sus pupilas dilatadas se fijan en el espejo, la palidez empaña su imagen y una lágrima rompen la helada expresión de horror.
Greta se busca, mira a la desconocida del espejo, observa el lavatorio lleno de sangre y no logra entender el silencio de la noche de primavera. No hay recuerdos, solo una fría presencia, un cuchillo en el piso y un vacio enorme en la cabeza.
Con agua helada, nuevamente empapa su rostro, mira sus manos pequeñas, vibrantes, las siente dormidas, como si no fueran de su cuerpo; siente en su estomago un gran nudo, pesado, angustiante. El nivel de adrenalina en su sangre baja de manera abrupta, arrastrándola al centro de la tierra y elevándola a una realidad paralela, el temblor del cuerpo no deja hilar los pensamientos y el corazón no logra volver a un ritmo normal, suena como un tambor, salta alto, parece querer salir corriendo desde dentro de ella. No oye su voz interna, no lo escucha a Javier por la casa. “seguramente se marcho”, intenta suponer, mientras acaricia su pómulo derecho, que mostraba los signos de una nueva discusión, violeta, violenta, violada. Se abraza, se consuela, se esfuerza por no caer en el cráter de la realidad, que fría se precipita en la atmosfera.
“Yo le dije que no iba a permitirle una vez más esto… yo se lo dije”. El llanto le corta el aire, las lágrimas desesperadas brotan de sus ojos. Dubitativamente sale del baño, con lentos pasos recorre el pasillo que desemboca en el living, en el cual atestaba la oscuridad. La luna baña con su tímida luz el espacio. Lentamente recorre el lugar, queriendo auto -convencerse que era una pesadilla, que nada de lo que sospechaba era real.
El espeso líquido destella en un rincón, un gran charco que se desparrama por el piso y allí, Javier, su cuerpo tieso, caído en el frio océano de la espesa sangre. Greta se arrodilla, lo mira, llora. El amor fue asfixiado por la violencia, que poco a poco envenenó si alma, le lleno de ira su corazón.
“Ya no me dañaras, ya no podrás desquitarte con mi cuerpo, no tendré que temerte… Ya no me alcanzaran tus puños, me he perdido en el túnel más oscuro de mi mente”. Se levantó del piso, secó sus lágrimas y se marchó.

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