Los días de lluvia envenenan la taza de calma que olvido siempre en la mesa del jardín. Desde la puerta de la cocina me pierdo en los charcos del patio, nado en el bosque en que el jardín de mi madre se convierte, bailo como las ramas de los altos arboles que, coposos, se posan sobre el horizonte.
Todo está cubierto con un manto de melancolía, con un agridulce sabor. Es la lluvia y el día, es el silencio de mi corazón y mis manos frías.
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