martes, 11 de junio de 2013

Caramelos de sol

Abri los ojos. Una vez más, abrí los ojos. Un viento fresco entraba por la ventana, jugueteando con el rayo de sol de un nuevo y otoñal día, enredándose con las cortinas blancas de la habitación, lastimando con su brillo mis pupilas nuevas.
El silencio se acomodaba por la casa, el techo ya no me aplastaba y el cuerpo no me pesaba. Clavada en la cama observe todo, respire con lentitud y conté los latidos de mi corazón nuevo "Uno, dos, tres..." funciona, no sé si bien o mal, pero funciona. Mi sangre perdió un poco el color y la piel esta pálida, debe ser por el frío, siempre me pongo blanca con el frío. Mi pelo emulaba un rio oscuro y furioso sobre la pradera de sabanas quietas. El perfume pegoteaba el borroso recuerdo de el ultimo sueño. Puse en alto mis manos, estire los dedos e intenté atrapar el rayo de sol. Mis dedos bailotearon sin sentido por unos minutos al ritmo que marcaban los arboles de afuera. A lo lejos se escuchaban risas de niños. A lo lejos, escuchaba.
Allí, tirada, despierta y viva. El sol, el viento, el otoño. El cuerpo, la sangre y el tiempo. Latidos, corazón y vida. Un sueño, los niños y el día.
Bajé de la cama, me vestí de fiesta y me dispuse a andar. Subí a la bici, miré el cielo y me dispuse a amar. Doble en la esquina, por la via. De vuelta a la vida.

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