Abri los ojos. Una vez más, abrí los ojos. Un viento fresco entraba por la ventana, jugueteando con el rayo de sol de un nuevo y otoñal día, enredándose con las cortinas blancas de la habitación, lastimando con su brillo mis pupilas nuevas.
El silencio se acomodaba por la casa, el techo ya no me aplastaba y el cuerpo no me pesaba. Clavada en la cama observe todo, respire con lentitud y conté los latidos de mi corazón nuevo "Uno, dos, tres..." funciona, no sé si bien o mal, pero funciona. Mi sangre perdió un poco el color y la piel esta pálida, debe ser por el frío, siempre me pongo blanca con el frío. Mi pelo emulaba un rio oscuro y furioso sobre la pradera de sabanas quietas. El perfume pegoteaba el borroso recuerdo de el ultimo sueño. Puse en alto mis manos, estire los dedos e intenté atrapar el rayo de sol. Mis dedos bailotearon sin sentido por unos minutos al ritmo que marcaban los arboles de afuera. A lo lejos se escuchaban risas de niños. A lo lejos, escuchaba.
Allí, tirada, despierta y viva. El sol, el viento, el otoño. El cuerpo, la sangre y el tiempo. Latidos, corazón y vida. Un sueño, los niños y el día.
Bajé de la cama, me vestí de fiesta y me dispuse a andar. Subí a la bici, miré el cielo y me dispuse a amar. Doble en la esquina, por la via. De vuelta a la vida.
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